Este es un texto que llama mucho la atención de niños y niñas a la hora de pedirles que elijan un libro entre la colección para iniciar la lectura. La portada dura con su ilustración algo espeluznante de un monstruo que vuela sobre una escoba les genera enseguida una curiosidad imposible de evadir. Ellos tienen miedo de abrirlo, sabiendo que van a encontrar allí la temible historia de seres imaginarios que adquieren una realidad espeluznante.
Tienen miedo, pero igual lo abren con emoción y listos para lanzarse al vacío de sus más profundos temores. No lo pueden evitar, cierran los ojos. Se mueven hacia atrás cada vez que los dibujos del libro saltan ante ellos. Se sienten como Eusebio, el personaje principal de nuestro cuento que no puede dormir del miedo y se acerca a su amigo Ananías, buscando reconfortarse en las sabias palabras de alguien mayor, parecido a lo que hacen los niños cuando se pasan a la cama de sus padres en medio de la oscuridad.
Mientras siguen identificándose con el personaje, comienzan a reconocer en cada uno de los monstruos señalados por Eusebio, algunos de sus miedos más innegables: los cuentos de la bruja, del coco que se los puede llevar, del diablo y tantos otros recursos que utilizan los adultos para controlar sus mentes y emociones a través del miedo. Pero entonces, Ananías imprime sobre las pesadillas de Eusebio una creciente confianza en que sus miedos no pueden ser más grandes que los que sienten los mismos monstruos atemorizantes. Pero ¿cómo es esto posible? Preguntan los niños a través de sus confundidas miradas. Es entonces cuando el libro comienza a resolver el problema que se plantea desde el título: todos tenemos miedo, incluso los seres que lo causan.
Finalmente, Eusebio resulta convencido de que los monstruos que lo atemorizan no son tanto un producto de su imaginación como de sus inseguridades y desconfianzas. Y es justo en ese momento antes de dormir, cuando nos enfrentamos a nosotros mismos, en el cual la mente comienza a revolotear sobre pensamientos que perturban la tranquilidad y la calma.
Quizás de la profundidad oscura de ese momento, nacen aquellas historias miedosas que nos contaban nuestros padres y que fueron creando en la consciencia monstruos tan reales como nuestros propios pensamientos. Pero ahora sabemos que ellos, como nosotros, también sienten miedo.
Por Gabriela Abello, Profesional pedagógica, Fundación Círculo Abierto.
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