Texto por Adriana Cáceres, promotora de lectura de la Fundación Círculo Abierto. Texto logrado a partir de acompañamiento con el texto «Dos Hermanas»de Elizabeth Builes.

El aire de la casa fraterniza con sus habitantes. Alguien llega al almacén a comprar “pintura que aguante mugre”, las plantas que en un vivero se asoman provocando llevarlas a casa, cortinas que se mueven al compás de la brisa resistiendo los blackouts de ventanas vecinas, escaparates con figuras arabescas, pisos de cemento teñidos con pigmentos y mascotas de todo tipo.

Basta cualquier excusa para imaginar lo que era y lo que será. Casi siempre la ubicación está en el ayer o el mañana, como cuando se está en séptimo o en quinto de primaria y el anhelo es crecer pronto para salir rápido del colegio o ya en la adultez, recordar ese mismo escenario y tener ese anhelo pero ahora invertido.

Las preguntas sencillas implican muchas veces la complejidad de una vida entera, el sonido favorito que puede cambiar con los años. Hoy es Provenza; la última de Karol. En unos años será la carcajada de un niño nacido de ti. 

La incógnita de lo que hay debajo de la tierra que pisan los pies, sino el infierno; acaso otro mundo desconocido. 

El juego más entretenido. Pero a qué me refiero; ¿a los de verdad verdad o las digitales?.

Crecer y descubrir que los bonsái no nacen libremente porque sus ramas y raíces son manipuladas esperando que no sea el caso de aquel que ya tiene 12 y parece de 10. 

El colegio, que se vuelve un refugio, un escape, un entretenimiento, un fastidio. La jornada de la mañana tiene sus cosas buenas, se pasa rápido. La tarde es más lenta y el sueño ataca.

Las casas del barrio no tienen balcón, lo más parecido es la puerta; en donde se ubican dos mecedoras después de desocuparse de la cocina.

¿Acaso las flores son sólo para las mujeres?, él dice que le daría pena y que preferiría un helado. Eso es machista dirá alguien. Las flores no tienen género.

Entrar en la casa y reconocerse en ella. Irse y pensarla. De un momento a otro se van desarmando camas, reorganizando espacios vacíos que algunas vez estuvieron llenos. Silencios que fueron algarabía. La mesa llena de platos, ajustando para que el arroz alcance. Recuerdos.

Así como cambian los preferidos, cambian los miedos. La oscuridad o los ratones son reemplazados por la muerte, la ausencia o el fin de mes.

Hay algo que no cambió, el viento, su sonido sigue siendo. Fis, fis, fis.