Texto por Alma Fernández, promotora de lectura de la Fundación Círculo Abierto.
Inés está muerta. Zanseacabó. Finiquitó. Caducó. Se acabó quién te quería. Existió. Ya fue. Amó. Inés, rescatada del olvido por Roger Mello en su libro.
Quizás no hubo en Castilla otra muerte tan icónica por aquella época caballeresca de la monarquía. No hubo amor que la salvara, no hubo castillo que la protegiera. Vio el Mondego correr sus lágrimas de sangre, vieron los peces llorar a sus hijos. Beatriz no vio la mano que empuñó la daga. No pudo Pedro con su corona conservar una madre para sus hijos. Los hijos de Pedro, el Padre, el Amante, el Esposo. Pedro, el Dignificador del cuerpo inerme de su reina asesinada. El dador de venganza, Pedro, el Castigador de su propio reino.
¿Quién hubiera besado gustoso la mano viva de Inés para no tener que ver hervir el cuerpo desecho bajo su propio labio? ¿Quién preguntó por la boda con el deseo vivo de no besar la mano muerta de la reina desenterrada? ¿Quién estuvo feliz en su regazo muerto y acomodó amorosamente su corona brillante?
Tanto la amó Pedro que gozó verla reinar en la podredumbre de las almas malintencionadas que la juzgaron por amar valiente y mutuamente a un hombre, solo un hombre, vivo y por ella ferviente.
Inés aún está muerta. Y así atravesó la historia, así tuvo su besamanos, besahistoria, besanubes. Y hoy besamos su viva memoria. De memoria y amor morimos por el amor amado amoroso río. Brisa de pajarito. Lágrima de alga. Beso en flor. Flor viva bajo el hoy del Mondego. Nadie pudo matar su historia. Leámosla.