La algarabía siempre se siente desde antes de llegar. Las aulas de clases en transición siempre tienen algo de fiesta, música, risas, coros en respuesta, voces y voces que nunca se apagan.

Cuando atraviesas la puerta, la curiosidad de los chicos y chicas se clava en tu inevitable sonrisa. Con la atención aún en cada uno de tus movimientos, la profesora encargada anuncia mi nombre y mi misión, palabras que iluminan todo el salón y se escuchan: ¡Vivas! ¡Fantástico! Y todas esas palabras que parecen salidas de televisión.

Mientras la profesora trata de apagar las llamas de la emoción, saco de mi mochila los libros que elegí para esta ocasión.

Lo cierto es que casi toda la noche anterior revisé, leí y releí las posibilidades que reposaban en las hojas de los libros, presumiendo las posibles respuestas, las risas, las pausas.

Revisando rimas, poemas y canciones, leía y releía en voz alta, cuál era la mejor forma de leer, dónde podía bajar la voz y cuándo debía sorprenderlos. Todo fue tomando forma, los títulos se impusieron, aunque a veces ellos son quienes te eligen qué leer.

Es la canción, la rima, el poema, la historia, los dibujos quienes te dicen qué debes hacer. Las herramientas van tomando vida propia y eligen al portador, ellas son quienes dicen si somos dignos de nombrarlas.

Nos reunimos alrededor de la palabra, como si fuera en la prehistoria. Los niños abandonaron sus sillas y se acercaron a mí. Abrieron los ojos como si por ellos fueran a devorar el mundo. La palabra los poseyó.

La historia fue recorriendo sus oídos y las imágenes del libro de seguro bailaban en su mirada. Y vinieron de nuevo sus risas, sus preguntas, se deleitaron con sus portadas, cada verbo lo hacían propio y al final, el colorín colorado, estos cuentos se han acabado. Los libros no regresaron a mi bolso, ellos aún en el suelo compartían la posibilidad de volver a vivir la historia.

La profesora, agradecida, me despedía. Me miraba como si hubiese realizado algún conjuro y me acompañó a la salida. Un niño vino a preguntarme si vendría mañana con los libros en la mano. La algarabía continuó y al fondo se oyó un «Seño, léanos un cuento».