Texto por Yeimy González, promotora de lectura de la Fundación Círculo Abierto.

Editado por Jairo Echeverri García

«Creo que lo básico para hacer literatura es la imaginación. La imaginación para ver la realidad y transformarla de mil maneras», son palabras de Cortázar para la revista Piura en una publicación de agosto de 1973. Cortázar, referente de la escritura latinoamericana, de la magia impresa en palabras, del Boom y de los relatos fantásticos, nos habla de la importancia de la imaginación como la esencia misma de la construcción literaria.

Hacer literatura es abrir una puerta entre lo real y lo imaginario, donde todo tiene cabida. La imaginación, presente en el ser humano, a menudo se disipa con el paso del tiempo, volviéndose difícil de mantener. Hablamos del poder de la imaginación, que nos permite resignificar el mundo que nos rodea o incluso crear nuevos mundos a partir de nuestra propia esencia. Imaginar es crear, y crear es un acto de poder.

La imaginación no es solo un elemento presente en la infancia; grandes escritores la han utilizado para regalarnos sus obras. Julio Verne, Borges, Cortázar, Shakespeare, Gabo, Hemingway, por nombrar solo algunos, recurrieron a ella. Sin embargo, es en la infancia donde se desarrolla y se manifiesta de manera más libre. Desde el ámbito educativo, fomentamos momentos de imaginación y creación, pero surge la pregunta: ¿hasta qué punto puede la imaginación ayudar a construir individuos «útiles» a la sociedad? Algunos docentes se inquietan ante esta cuestión. ¿Será necesario apartar la imaginación de la escritura para asegurar el pensamiento crítico en los estudiantes?

La respuesta es no. Una persona capaz de tomar elementos de su entorno para crear un mundo alternativo es una creación narrativa, no solo está haciendo literatura, sino que también está siendo crítica. Preocuparse por el hecho de que un estudiante haya pintado el mar de color rojo en lugar de azul, como dicta el protocolo, es una acción que coarta la imaginación y nos encasilla en una academia rígida y estandarizada.

La literatura nos regala la libertad de explorarnos, extraer esas cosas que somos y deseamos contar, incluso aquellas a las que no queremos poner un nombre propio, eso también es imaginación. ¿Quién es el monstruo que duerme bajo mi cama? ¿Cuántas ciudades he recorrido en un día? ¿Es el ave que se comió mi pan el político de turno? Pero también es la literatura la que nos ayuda a confrontar y comprender nuestro entorno de manera diferente.

Aquí es donde podemos analizar detenidamente qué y por qué leemos en el aula. La lectura no debe ser una acción forzada ni totalmente ajena a la academia, sino un complemento de esta. La selección de los textos que ofrecemos a los estudiantes, integrando la literatura con los conceptos académicos y no solo por placer, puede ser clave en la visión que obtenemos del entorno a través de la literatura. Por lo tanto, entender la lectura y la escritura de esta manera no es solo un ejercicio no académico, aislado o una pérdida de tiempo, sino una herramienta visionaria, crítica, analítica y creativa.