Texto por Adriana Cáceres, promotora de lectura de la Fundación Círculo Abierto
Volver, aunque por un momento me confunda preguntándome dónde estoy. Dos perros con sus ojos color miel me dan la bienvenida como si estuviera llegando a una casa amiga. Y resulta que un poco es así, esta es una casa donde se habita de distintas formas. Como alumno, como maestro.
Pasillos tupidos con faldas de cuadros y zapatos con medias altas. Rostros multiformes se mueven mientras suena el timbre del inicio a una clase dictada en un aula ambientada con el sonido de un aire acondicionado ruidoso.
Transcurren unos minutos – los necesarios – para que esa corriente se detenga y logre el reposo necesario para escribir en la pizarra el tema del día.
Que si con lápiz, con bolígrafo rojo o negro.
Antes, el anuncio de una nueva integrante, una visita.
Mientras tanto pienso que en realidad no soy una visita, porque nos veremos constantemente, ellos, las historias y yo. Los perros me recibirán batiendo sus colas una y otra vez.
Los veo y me ven, sí, estamos juntos ahora, embarcados en un viaje con tantas paradas como cada párrafo nos lo permita.
Hoy no conozco sus nombres, pero en un tiempo seguro sabré que les gusta la música alta porque les alegra el corazón y el cuerpo.
Un pantalón azul se me acerca, con ojos brillantes y el tapabocas cubriendo la mitad de su faz, entonces me pregunta: ¿Esto es solo por hoy o es para siempre?
Lo miro y le respondo: ¡Para siempre! Porque para siempre se quedan los recuerdos que nos marcan la vida y si algo lo hace es la literatura, que abre puertas a mundos lejanos que se convierten en propios.