Y además incluir los planetas o las letras que bajan del cielo para inspirar, para acompañar. Al ver las expresiones compartidas también se logró abarcar la dimensión socio-afectiva con las emociones como tristeza, alegría, nostalgia con las diferentes sutilezas que hay en los rostros del satélite. Preguntas hipotéticas como ¿Qué sientes al verla? ¿Por qué estará triste? ¿Por qué sonríe? Cuestionamientos para dejar que afloren los sentires de las maestras, los niños y sus familias; de paso, así dejar por un rato la carga de realidad. Escapar por esas imágenes. Subir al cielo y ser observador vigilante, paciente, imperturbable.

En otras personas, suscitó preferencias por el desarrollo de habilidades de observación y descripción del cielo estrellado o sin estrellas, estimulando ese espíritu investigativo propio de la infancia. Conducido de la mano amorosa de la madre, el padre, un hermano, la abuela o alguien querido, un cómplice dispuesto en casa generando otras posibilidades que dan los versos  de conquistar a través de rimas y preguntas que emanan de ella. Si en un mundo imaginario la luna  fuera de queso, ¿quién la habitaría?

Pero si es de nieve, ¿cómo se vestirían sus habitantes? Si es de coco, ¿qué harían con ese material? Otras comparaciones llevan a habitar escenarios como una cueva, oscura, fría, dura. Recordar cuentos clásicos como La Bella Durmiente o momentos de la adolescencia permiten adentrarse en las metáforas relacionadas con las fases de las que nos habla Alonso Núñez. Enriquecer el vocabulario, contar las fases, memorizarlas, en fin, tantas posibilidades sabiendo que la luna siempre es una.